La Quebrada de Humahuaca
El día amaneció espléndido. Nos levantamos bien temprano, desayunamos, y allá nos fuimos
Nuestra primera parada fue en un mirador, cerca de JuJuy.
Desde allí se divisaba el río, seco, sequísimo. Y siguiendo su cauce, allá al fondo se veían las montañas más altas. Hacia ellas nos dirigíamos. Primero iríamos a ver el Cerro de siete colores, ya que había que verlo con la luz de la mañana para apreciar todo su colorido. A medida que íbamos subiendo, porque subíamos y mucho, el paisaje iba cambiando, de un desierto semiseco, con algún atisbo de vegetación allá abajo, donde algún riachuelo dejaba una serpiente verde, a un desierto sin nada de vegetación, salvo los cactus, esos que se ven en las películas del oeste, con sus brazos en alto. Y claro, que aunque a mi aquello me pareciese un desierto, había fauna y flora. Las llamas erguidas como estatuas orgullosas, esos cactus, y algunas hierbitas más. Pero lo que realmente era extraordinario de todo aquello, eran los colores de los cerritos, uno verde, al lado otro rojo, pegado a él uno violeta, y no era la vegetación, eran los tipos de tierras que los formaban. Era un paisaje realmente lunar y multicolor.
Paramos en algunos pueblitos como Pumamarca, donde se encuentra el cerrito de los siete colores.
Cerrito de singular colorido pasa del azul, al rojo, amarillo, verde etc, como en substratos de arriba abajo. o de abajo arriba, según como se mirase, para entonces la puna, iba haciendo mella en mi. Y ya no sabía muy bien como mirar las cosas. Tilcara, donde había un mercadillo, y era un pueblito cuyas casas estaban hechas de adobe, Humahuaca (Conste que estoy mirando como se escriben) aquí había un yacimiento arqueológico.
Pero bueno, iremos por pasos. Como he dicho vimos el cerrito de los 7 colores, después, César nos quiso llevar hasta Chile,
si me descuido un poco. Y empezamos a subir aquello “cerritos”, íbamos bajando del coche aquí y allí, y el apunamiento se iba haciendo cada vez más patente, hasta que llegado este punto. 4170 metros de altura, yo estaba, mejor dicho, no estaba. Esa continua sensación de que estaba dentro de un avión despegando, no me dejaba estar. Algo me presionaba las sienes, me costaba dar un paso como si tuviese los pies de plomo, mi cabeza flotaba mientras mis pies no se querían mover del sitio, en fin, estaba apunada. Una sensación bastante desagradable, aunque, por suerte, no fue muy fuerte, tan solo los primeros síntomas. Y ya no llegamos hasta Chile, porque habría que pasar la zona llamada La Puna, un poco más alta a unos 6500 m de altitud., donde se encuentra el desierto de Atacama. Para experiencia, ya me llegó. Solo decir que el coche estaba aparcado a unos 50 m de ese letrero que veis ahí,
y pensé que no llegaba, claro que era cuesta arriba.
Al descender unos cuantos metros de altitud (1000 m), el cuerpo se fue acostumbrando un poco a esa sensación, ya se me quitó la presión de las sienes, pero el corazón me seguía latiendo a 1000 rpm Después de todo eso….¿os creíais que no íbamos a comer? Pues si comimos, Y muy bien. En un bar de pueblo comimos
: Humitas, milanesa de llama, tomamos te de coca y como nuevas
Al acabar de comer y después de dar un paseo por el pueblo (Tamamarca) nos dejaron sueltas en un mercadillo artesanal, hicimos algunas compras, y vuelta al coche. Nos dirigimos hacia Humahuaca, para ver los yacimientos arqueológicos y un pequeño zoológico con fauna de la región. Pero, este pueblo está un poco más alto y la puna volvió a aparecer, así que, decidimos no bajar del coche, porque todo ese recorrido había que hacerlo a pie y mi corazón podía salirse de su sitio. A cambio bajamos hasta el valle del río Grande, ese que va seco, Y ya a un nivel de altura adecuado para una pobre gallega que vive todo el año a nivel del mar, nos pusimos a buscar las huellas de unos dinosaurios, el busto del general Sanmartín etc etc, todo ello excavado en la roca y obra de la naturaleza. Quizás vimos las zarpas del dino, pero nada más.
De vuelta a Jujuy, la sensación de apunamiento desapareció casi totalmente, aún quedaba un algo de fatiga, que no sé si era por tantas maravillas vistas o el mal de altura.
Y al día siguiente era nuestra partida a Buenos Aires. Pero todavía nos quedaba el mercadillo de ropa usada del domingo