martes, 3 de julio de 2007

Domingo por la tarde

Domingo por la tarde. Hacia el oeste el cielo no presagia nada bueno. Aun así, nos decidimos. Total, sólo será un pequeño paseo por la ría, sin salir de su cobijo, no iremos mar adentro, como en otras ocasiones. Será un paseo tranquilo en la pequeña embarcación que alguien le ha prestado. En el muelle de un pueblo cerca de la ciudad, corre una ligera brisa, el sol brilla, y mirando hacia el este todo está despejado.
Nos ponemos en marcha, a medida que nos alejamos del pantalán, la brisa se convierte en pequeño vendaval, la bocana de la ría, nos envía vientos templados, que hace que la pequeña chalupa se escore de un lado hacía el otro. Al fin, cogemos la "corriente buena" esa que nos lleva hacia los castillos, esa que si el capitán, mi capitán, se descuida un poco, te lanza mar adentro, hacia un oceano, que preveo embravecido.
Hacia la derecha un cielo azul turquesa, invita a seguir navegando más allá de los límites recomendados, hacía la derecha y a lo lejos, unos nubarrones negros arrastrados por el viento, se mueven a lo largo de la linea de la costa, sin llegar a tocarla, invitan a echar amarras y dejarlas pasar sin ser molestadas.
Miro hacia atrás, la ciudad se aleja.
A derecha e izquierda se levantan los montes, que hacen de la ría un lugar navegable, aún cuando fuera el mar brame como toro enloquecido. El verde de helechos, tojos y matorrale se hunde en el mar en las orillas, transformándose en parte de él.
Delante de mi, un camino recto, llano, aún asi, el viento, dificulta la marcha.
Ya estamos entre los dos castillos. Nuestra intención es llegar hasta la boca de la ría y allí dar vuelta.
En un instante, el viento cambia de lado, ya no da de frente, da de espaldas. Este cambio repentino hace que la barca se mueva peligrosamente, Me agarro con fuerza, primero al asiento, después al parabrisas (Si es que se llama así) noto como las gotas del mar me bañan la cara y me empapan la ropa. Cojo tu brazo, y te grito "Da la vuelta" Y veo tu cara esforzándose por no transmitir tus temores de un posible naufragio. La tormenta está sobre nuestras cabezas. Imposible dar vuelta, el viento nos envuelve. Ya casi hemos logrado nuestro objetivo ,llegar al final de la ría, o al principio, según se mire. La corriente y el viento nos llevan hacia mar abierto.
Señalas la pequeña cala que se forma bajo de las baterías militares. Allí estaremos bien hasta que se calem la tormenta.
El pequeño entrante en el monte está en calma. Al fondo hay una pequeña cueva, tan solo un mordisco en la roca, atamos allí la embarcación. Y ponemos pie en tierra. Buf, que alivio pisar tierra firme. Nos dirigimos hacia los edificios, en otros tiempos mejores formaron parte de la primera defensa de la ciudad, y ahora en ruinas. La lluvia nos empapa completamente. Allí hay uno que aún conserva el techo. Corremos hacia el. Llegamos casi sin aliento, temblando de frio, calados hasta los huesos ¿Cómo entrar en calor? La respuesta estaba fuera. Un tímido rayo de sol empezaba a ganar la batalla a la tormenta.

Fin
Saraiba

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