EN UN BARCO
13 enero
En un barco
Como cada mañana los hombres salían a la mar. Antes que el sol empezase a despuntar, ellos ya estaban en los barcos preparándose para la dura tarea diaria que les esperaba. El barco de pesca al que me refiero, era uno de tantos que, como cada día desde hacía muchos años, salía del pequeño puerto, de un pueblo cualquiera del basto litoral de esta región.
La tripulación estaba compuesta por siete hombres y un muchacho, todavía muy joven para ser hombre: El Patrón, un cocinero, cinco marineros y el grumete, hijo del patrón que aprendía el oficio desde los peldaños más bajos. Al padre le hubiese gustado que su hijo, su único hijo, eligiese otro camino en la vida, que fuese a estudiar a la capital y se convirtiese en un gran hombre. Pero el chaval, ya desde muy niño, le entro la mar en la sangre, dejó los estudios y el padre lo enroló en su barco.
Los cinco hombres que componían la tripulación eran vecinos del pueblo, del mismo pueblo que el patrón. Se conocían de siempre:
El Rubio, antiguo patrón de barco, que naufragó en uno de esos temporales del nordés. Lo había recogido del mar el barco del patrón, medio muerto ya. Fue el único superviviente de los ocho tripulantes de ese pesquero. El patrón le dio trabajo en su barco para que pudiese llevar algún dinero a su casa.
El Pelao, era sobrino del patrón. A pasar de su corta edad, era un marinero experimentado, había aprendido desde muy temprana edad en el barco de su padre, hermano del patrón. Pero la rebeldía del Pelao y la personalidad autoritaria del padre, habían hecho imposible la convivencia en el mismo barco. Así pues, el capitán lo acogió en el suyo
El Feixederba tan delgado que parecía que se iba a tumbar con una ligera brisa del mar. Se había casado con Carmiña dos cántaros, haciendo alusión a sus dos enormes pechos, entre los que feixederba se cobijaba en los días ventosos.
Antón el mudo. No es que no pudiese hablar, es que era parco en palabras. Pero se hacía entender muy bien. Hablaba poco y trabajaba mucho.
Pepón, todo lo contrario de Antón. Trabajaba lo mínimo, hablaba mucho y comía más
Por último, estaba Ramón, el cocinero del barco. Nadie sabía mucho de él. Se había ido del pueblo hacía muchos años a las Américas. Un buen día el Patrón se lo encontró en la cantina del pueblo, borracho, sin un chavo y sin un techo bajo el que vivir. Después de charlar de los viejos tiempos, cuando los dos eran jóvenes e iban juntos a las mozas. El Patrón descubrió su oficio, cocinero. Le ofreció este puesto en su barco, el cual Ramón aceptó. Como había estado por los mundos adelante, sabía de todo un poco y echaba una mano en lo que hiciese falta. Vivía en el barco, así también hacia las veces de guardián
El Patrón era un hombre de mar, con marcadas arrugas en su cara, de tez y pelo morenos, ya salpicados por multitud de canas, no muy alto pero robusto. Amigo de todos y buen jefe.
Cuando todos los hombres estuvieron en el barco, el Patrón ordeno soltar amarras. Ocupó su puesto en la cabina, arrancó los motores del pesquero, sujetó el timón con firmeza y comenzó las maniobras para sacar la nave del pantalán. Avanzó lentamente por el muelle, hasta desembocar en la bocana del puerto. Dos pequeñas colinas a ambos lados de la entrada, hacían de éste, un singular refugio, un lugar privilegiado para los barcos sorprendidos por las tremendas tempestades que se desencadenaban en aquella zona.
Al salir a alta mar, puso rumbo al caladero del norte. Una hora después, los tripulantes del barco, ya estaban con la faena: echaban las redes y estas recogían todo lo que interponía en su camino. Ese día, aparte de los peces, las redes atraparon un objeto un tanto extraño. No le dieron la menor importancia, tantas cosas extrañas se recogían en aquellas redes. Mientras el cocinero, Ramón, estaba acabando de preparar un café caliente, bien tirado de aguardiente para que los hombres entrasen en calor y tuviesen bríos para continuar con la faena. De paso, iría a ver que había en las redes para preparar el rancho de ese día. Hoy haría arroz. Entonces, vio aquel artefacto, le llamó la atención, lo recogió y lo llevó a su camarote. Al llegar a puerto lo miraría con detenimiento. Hora y media más tarde, ya tenía en la perola cociendo unos pescados.
La bodega se iba llenando, ese día había buena pesca. A las dos del mediodía la mesa estaba puesta y el rancho listo para ser comido. Lo primero que vieron los marineros al entrar fue la mesa de madera, clavada al suelo, en el centro de la tabla una gran perola de arroz, alrededor de la cazuela cinco tenedores y cinco vasos con vino tinto de la tierra. Cada hombre cogió su cubierto y empezaron a comer de la olla. Cada uno había escogido una parte de ese arroz delimitando su ración con matemática exactitud. Trazaron unas líneas imaginarias con los ojos que acotaban su parte. Pepón por dos veces pasó su tenedor por la zona de Antón, éste le miró de reojo, advirtiéndole que se estaba pasando de sus límites. Como, el Pepón no hiciese caso de estas advertencias visuales, Antón, cogió con firmeza el tenedor, y dio con él en la mano ladrona de Pepón, que, ya por cuarta vez se adentraba en los dominios de Antón "! Ay, coño¡ " Gritó Pepón. "Eso es mío" Dijo Antón. Al mismo tiempo que el Pepón gritaba, el arroz saltó por aire y fue a dar al suelo. Ramón que atendía a sus perolas, al oír el grito, dio la vuelta, para llegar a ver como el arroz caia en el suelo "No tengo ya bastante trabajo, como para que vosotros me déis más ¿No os llega la ración?" Decía Ramón con cara de pocos amigos. "Es mi parte" Se limitó a decir Antón y continuó comiendo. "Nunca entenderé como dos hombres se pelean así por la comida, aquí hay más" Y cogiendo un cucharón, echó más arroz en la parte de los dos contendientes.
"El problema no es ese" decía el Pelao " Todos sabemos que la comida en un barco se reparte así, se pone una olla común y cada uno come de su parte, sin pasarse a la del compañero" Y riéndose de Pepón "¿No te ha dado de el almuerzo la parienta que tienes que cogerle el rancho de otro?" Y Feixederba remató "¿O es que te han hecho trabajar más anoche?" Todos se rieron, menos Pepón, al que aún le layaba la mano.
Poco después llegó el capitán. Se levantaron y volvieron a sus faenas. Antón, cogió el timón mientras el patrón, el cocinero y el grumete se sentaban a comer. Cuando hubieron acabado, el chico se encargó de recoger y limpiar la cocina, Los demás se ponían manos a la obra, quedaban pocas horas de luz y había que aprovecharlas.
Era noche cerrada, cuando el pequeño barco arribaba a puerto con las bodegas llenas. Ese día hubo mucho pescado y no fue muy bien pagado, pero como era abundante, se llevarían un buen jornal a casa.
Se despidieron hasta el día siguiente. Cada uno se fue a su casa. Ramón se quedó en el barco. Tenía habilitado un pequeño camarote en él
En un barco
Como cada mañana los hombres salían a la mar. Antes que el sol empezase a despuntar, ellos ya estaban en los barcos preparándose para la dura tarea diaria que les esperaba. El barco de pesca al que me refiero, era uno de tantos que, como cada día desde hacía muchos años, salía del pequeño puerto, de un pueblo cualquiera del basto litoral de esta región.
La tripulación estaba compuesta por siete hombres y un muchacho, todavía muy joven para ser hombre: El Patrón, un cocinero, cinco marineros y el grumete, hijo del patrón que aprendía el oficio desde los peldaños más bajos. Al padre le hubiese gustado que su hijo, su único hijo, eligiese otro camino en la vida, que fuese a estudiar a la capital y se convirtiese en un gran hombre. Pero el chaval, ya desde muy niño, le entro la mar en la sangre, dejó los estudios y el padre lo enroló en su barco.
Los cinco hombres que componían la tripulación eran vecinos del pueblo, del mismo pueblo que el patrón. Se conocían de siempre:
El Rubio, antiguo patrón de barco, que naufragó en uno de esos temporales del nordés. Lo había recogido del mar el barco del patrón, medio muerto ya. Fue el único superviviente de los ocho tripulantes de ese pesquero. El patrón le dio trabajo en su barco para que pudiese llevar algún dinero a su casa.
El Pelao, era sobrino del patrón. A pasar de su corta edad, era un marinero experimentado, había aprendido desde muy temprana edad en el barco de su padre, hermano del patrón. Pero la rebeldía del Pelao y la personalidad autoritaria del padre, habían hecho imposible la convivencia en el mismo barco. Así pues, el capitán lo acogió en el suyo
El Feixederba tan delgado que parecía que se iba a tumbar con una ligera brisa del mar. Se había casado con Carmiña dos cántaros, haciendo alusión a sus dos enormes pechos, entre los que feixederba se cobijaba en los días ventosos.
Antón el mudo. No es que no pudiese hablar, es que era parco en palabras. Pero se hacía entender muy bien. Hablaba poco y trabajaba mucho.
Pepón, todo lo contrario de Antón. Trabajaba lo mínimo, hablaba mucho y comía más
Por último, estaba Ramón, el cocinero del barco. Nadie sabía mucho de él. Se había ido del pueblo hacía muchos años a las Américas. Un buen día el Patrón se lo encontró en la cantina del pueblo, borracho, sin un chavo y sin un techo bajo el que vivir. Después de charlar de los viejos tiempos, cuando los dos eran jóvenes e iban juntos a las mozas. El Patrón descubrió su oficio, cocinero. Le ofreció este puesto en su barco, el cual Ramón aceptó. Como había estado por los mundos adelante, sabía de todo un poco y echaba una mano en lo que hiciese falta. Vivía en el barco, así también hacia las veces de guardián
El Patrón era un hombre de mar, con marcadas arrugas en su cara, de tez y pelo morenos, ya salpicados por multitud de canas, no muy alto pero robusto. Amigo de todos y buen jefe.
Cuando todos los hombres estuvieron en el barco, el Patrón ordeno soltar amarras. Ocupó su puesto en la cabina, arrancó los motores del pesquero, sujetó el timón con firmeza y comenzó las maniobras para sacar la nave del pantalán. Avanzó lentamente por el muelle, hasta desembocar en la bocana del puerto. Dos pequeñas colinas a ambos lados de la entrada, hacían de éste, un singular refugio, un lugar privilegiado para los barcos sorprendidos por las tremendas tempestades que se desencadenaban en aquella zona.
Al salir a alta mar, puso rumbo al caladero del norte. Una hora después, los tripulantes del barco, ya estaban con la faena: echaban las redes y estas recogían todo lo que interponía en su camino. Ese día, aparte de los peces, las redes atraparon un objeto un tanto extraño. No le dieron la menor importancia, tantas cosas extrañas se recogían en aquellas redes. Mientras el cocinero, Ramón, estaba acabando de preparar un café caliente, bien tirado de aguardiente para que los hombres entrasen en calor y tuviesen bríos para continuar con la faena. De paso, iría a ver que había en las redes para preparar el rancho de ese día. Hoy haría arroz. Entonces, vio aquel artefacto, le llamó la atención, lo recogió y lo llevó a su camarote. Al llegar a puerto lo miraría con detenimiento. Hora y media más tarde, ya tenía en la perola cociendo unos pescados.
La bodega se iba llenando, ese día había buena pesca. A las dos del mediodía la mesa estaba puesta y el rancho listo para ser comido. Lo primero que vieron los marineros al entrar fue la mesa de madera, clavada al suelo, en el centro de la tabla una gran perola de arroz, alrededor de la cazuela cinco tenedores y cinco vasos con vino tinto de la tierra. Cada hombre cogió su cubierto y empezaron a comer de la olla. Cada uno había escogido una parte de ese arroz delimitando su ración con matemática exactitud. Trazaron unas líneas imaginarias con los ojos que acotaban su parte. Pepón por dos veces pasó su tenedor por la zona de Antón, éste le miró de reojo, advirtiéndole que se estaba pasando de sus límites. Como, el Pepón no hiciese caso de estas advertencias visuales, Antón, cogió con firmeza el tenedor, y dio con él en la mano ladrona de Pepón, que, ya por cuarta vez se adentraba en los dominios de Antón "! Ay, coño¡ " Gritó Pepón. "Eso es mío" Dijo Antón. Al mismo tiempo que el Pepón gritaba, el arroz saltó por aire y fue a dar al suelo. Ramón que atendía a sus perolas, al oír el grito, dio la vuelta, para llegar a ver como el arroz caia en el suelo "No tengo ya bastante trabajo, como para que vosotros me déis más ¿No os llega la ración?" Decía Ramón con cara de pocos amigos. "Es mi parte" Se limitó a decir Antón y continuó comiendo. "Nunca entenderé como dos hombres se pelean así por la comida, aquí hay más" Y cogiendo un cucharón, echó más arroz en la parte de los dos contendientes.
"El problema no es ese" decía el Pelao " Todos sabemos que la comida en un barco se reparte así, se pone una olla común y cada uno come de su parte, sin pasarse a la del compañero" Y riéndose de Pepón "¿No te ha dado de el almuerzo la parienta que tienes que cogerle el rancho de otro?" Y Feixederba remató "¿O es que te han hecho trabajar más anoche?" Todos se rieron, menos Pepón, al que aún le layaba la mano.
Poco después llegó el capitán. Se levantaron y volvieron a sus faenas. Antón, cogió el timón mientras el patrón, el cocinero y el grumete se sentaban a comer. Cuando hubieron acabado, el chico se encargó de recoger y limpiar la cocina, Los demás se ponían manos a la obra, quedaban pocas horas de luz y había que aprovecharlas.
Era noche cerrada, cuando el pequeño barco arribaba a puerto con las bodegas llenas. Ese día hubo mucho pescado y no fue muy bien pagado, pero como era abundante, se llevarían un buen jornal a casa.
Se despidieron hasta el día siguiente. Cada uno se fue a su casa. Ramón se quedó en el barco. Tenía habilitado un pequeño camarote en él
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